martes, 2 de julio de 2013

SALOMON LERNER: LA TAREA DE LA UNIVERSIDAD Y LA UNIVERSIDAD EMPRESA

La “Universidad empresa”
LA REPUBLICA: Domingo, 30 de junio de 2013

Hemos sostenido que el objetivo prioritario de una genuina institución universitaria es la creación, discusión y difusión del conocimiento. No solo el conocimiento “útil” para el mundo del mercado y la tecnología, sino también aquel que ensancha nuestros horizontes de comprensión, que nos hace más sabios y libres;  ese  saber que cultiva la Filosofía, pero también la Matemática y la Física pura, la Literatura y la Historia, solo por citar algunas disciplinas académicas. Se trata de formas de saber que enriquecen nuestro espíritu a la vez que nos llevan a explorar dimensiones cruciales de la realidad y de la vida del hombre en su dimensión personal y social.
Si bien la instrucción de profesionales competentes es tarea importante para la universidad, el cuidado del pensamiento y de las virtudes ciudadanas resulta fundamental en sus actividades. Estos propósitos han sido particularmente desatendidos en nuestro medio debido, en parte a un lamentable proceso de mercantilización de la formación universitaria iniciado fundamentalmente con el Decreto Legislativo 882 y que permitía la creación de universidades privadas que asumieran como objetivo el lucro.
Duele señalarlo pero muchas de las nuevas universidades adoptaron sus  planes de estudios siguiendo  las exclusivas necesidades del mercado: se ajustó  el tiempo de estudios para hacer la oferta más atractiva a los ojos de potenciales clientes; no se apreció  la necesidad de los Estudios Generales como una etapa crucial de la formación académica y la maduración vocacional; se excluyó todo lo que no fuera “útil” para el ejercicio de la profesión elegida; se fue indiferente a desarrollar todo lo que significara gasto y así, evidentemente, no se abrieron carreras que atrajeran pocos alumnos –Filosofía, Lingüística, Historia, Física, Matemáticas– y consecuentemente no se alentó la existencia de buenas bibliotecas, laboratorios modernos y equipamiento  de calidad.
 Se perdió  así calidad y exigencia al tiempo que hubo un alejamiento de  la dimensión esencial del cultivo de la universalidad del conocimiento y de la expresión de sentido para solo transmitir una estrecha concepción del mundo basada en la competencia de individuos con intereses privados contrapuestos y orientados a  la búsqueda  mayor de productividad material.  Los valores del saber comprometido con la vida buena, la justicia y solidaridad dentro de la sociedad fueron desatendidos quedando entonces el “mercado” como espacio primero e incuestionable de la conducta humana.
Frente a ello hay que decirlo una y otra vez: la universidad ha de ser  escenario para el diálogo intelectual y moral.  Parte sustancial de su quehacer debe aplicarse a examinar y discutir las concepciones del mundo implícitas en nuestras prácticas e intuiciones cotidianas. La imagen de la vida centrada en la competencia y el cálculo costo–beneficio  que identifica el mercado como el espacio medular de la vida social  debe someterse a un debate racional  y moral.  La vida del conocimiento científico y de la acción ciudadana requiere, para su ejercicio cabal, la existencia de formas de cooperación, solidaridad y comunidad que trascienden la lógica de la competencia y del  limitado individualismo. Resulta claro para quienes deseen verlo: la comunidad política y la comunidad científica precisan  ir más lejos del cálculo instrumental; necesitan de un sentido de pertenencia a un proyecto compartido, la búsqueda de valores fundamentales –la verdad, el conocimiento, la justicia– que no se agotan en la lógica de la utilidad. Lo que ha de buscarse es finalmente  formar hombres desarrollados intelectualmente, que sean asimismo sujetos en los que hayan  madurado los afectos y la comprensión de la necesidad de servir a los demás para constituir una sociedad más humana y digna. Ese es el camino que nos realiza como personas y que debe ser ofrecido honestamente por la Universidad a los jóvenes que acceden a ella.

La tarea de la universidad
LA REPUBLICA: Domingo, 23 de junio de 2013

Hace algunas semanas que diversas personalidades del ámbito académico y político han sometido a discusión el tema de la nueva ley universitaria, si es necesaria o no la creación de un ente regulador de la educación superior en el país, o si dicho ente –fruto de una iniciativa del Poder Ejecutivo–  lesionaría sin remedio el principio de autonomía cuya observancia requiere el funcionamiento de toda genuina institución universitaria. Desafortunadamente, no siempre se tiene claro cómo se concibe la universidad y cuál sería su rol en la vida de la sociedad.
Conviene recordar que la universidad tiene como fin esencial la creación, discusión y transmisión del conocimiento. Tanto el conocimiento que puede ser aplicado de manera inmediata en el mundo de la tecnología y en el de la producción como el tipo de saber de las “disciplinas puras” que tienen como objetivo la verdad o la expresión de sentidos, son importantes para una auténtica universidad. La docencia, la investigación y la publicación de textos académicos constituyen los medios a los que recurre la universidad para cumplir con este propósito. Por supuesto, la institución universitaria forma e instruye a futuros profesionales que ingresarán al mundo laboral, un ámbito en el que deberán desenvolverse con lucidez, eficacia y probidad. Pero el compromiso fundamental de la institución universitaria con nuestra sociedad se identifica con la búsqueda de conocimiento y con la formación del espíritu crítico entre sus miembros.
La universidad es un espacio en el que se cultivan las diferentes manifestaciones del saber, diversos métodos y enfoques. Es un lugar en el que se le rinde culto al rigor científico, a la capacidad de argumentar y de crear, y al trabajo con fuentes y evidencias. La razón, y no la fuerza o la arbitrariedad, constituye la pauta para suscribir una perspectiva o tomar una decisión; los consensos se construyen a través del intercambio de razones. Por eso la universidad tiene que ser plural, un lugar para el ejercicio de la tolerancia y el encuentro de las diferencias. Debe admitirse el punto de vista que se sostiene en argumentos consistentes, o que exhiba evidencia. La práctica habitual de gestión del conocimiento en la vida universitaria –en las clases, en los procesos de investigación– consistente en examinar argumentos y admitir los mejores, encierra una profunda lección ética: el rechazo de la violencia, de la manipulación ideológica y del dogmatismo. La apertura a una vida racional, el acoger la diversidad, valorar la crítica y estar atento a las razones de los demás.

La universidad es en cierta forma el espacio de construcción de la conciencia crítica de una sociedad. Una de las grandes tareas de la institución universitaria es pensar el país, sus estructuras e instituciones, las ideas desde las cuales se organizó como tal, los valores que movilizan a sus miembros. Discutir lo que nos importa como comunidad política, promover sentido de ciudadanía y contribuir con el ejercicio de la justicia. El efecto distorsionador de la creciente mercantilización de la educación ha generado que esta importante dimensión de la formación universitaria se torne menos visible ante nuestros ojos. Para muchos promotores de la llamada “universidad–empresa”, de lo que se trata es únicamente de capacitar profesionales funcionales a lo que el sector privado busca. La investigación, la preocupación por el conocimiento en tanto tal, la reflexión sobre nuestra vida comunitaria y la calidad de nuestra democracia desaparecen como elementos relevantes del quehacer universitario. Perder de vista las posibilidades de sentido que entrañan el conocimiento y la ciudadanía tiene un alto precio. En la medida en que las facetas de la vida de la universidad se estrechan y empobrecen, perdemos horizontes de reflexión y de acción para hacer de nuestra sociedad un auténtico recinto de libertad y realización humana.

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