29-05-2014
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Guatemala
Cuando mayas y campesinos se resisten a seguir
muriendo para el desarrollo de los “desarrollados”
Las
y los mayas, al igual que otros pueblos aborígenes del mundo, son profundamente
silenciosos y acogedores, salvo cuando el dolor es demasiado agudo. La
contemplación, que nace de la silenciosa interconexión con el entorno, es el
modo de estar permanente de los pueblos mayas, siempre hospitalarios.
Esta
mística de la contemplación silenciosa, fue y es estigmatizada por muchos como
indolencia, indiferencia y resignación maya. “Pensadores” guatemaltecos, en su
limitación mental y su obsesión por el “progreso”, catalogaron aquellas y otras
virtudes milenarias como vicios biológicos y culturales a aniquilar. Incluso el
Estado blacoide etnofóbico emprendió políticas fallidas de asimilación y
aniquilación, vía eugenesia y genocidio, siempre en nombre del progreso y de la
modernización.
Durante
la invasión y la Colonia española, los pueblos mayas no prestaron mayor
resistencia. Sus filosofías de vida, centradas en la no apropiación y en la
hospitalidad, permitieron que los foráneos habitados por el dios del metal
invadieran sus territorios. Martínez Peláez, en su obra “Motines indios”, habla
de algunos amotinamientos locales de pueblos indios (mayas) en contra de los
abusos exacerbados durante la Colonia, sin mayor trascendencia.
En
aquel período, para asegurarse el cobro del quinto real, y mano de obra
disponible para las haciendas de los invasores, la Corona estableció
reducciones de pueblos indios (más de 700 pueblos, dice Martínez Peláez).
Dichos pueblos de prisioneros para trabajos forzados y para el adoctrinamiento
religioso, contaban con tierras comunales para convivir y cultivar.
Durante
la República criolla, en palabras de Martha Casaús, el racismo fue asumido como
una tecnología del poder, al límite de aplicar sistemáticamente el genocidio,
en la década de los 80 del pasado siglo, para aniquilar genética y
culturalmente a los pueblos mayas. La élite gestora del Estado etnofático
habría promovido la guerra interna con la finalidad de blanquear Guatemala:
aniquilar por completo a los pueblos mayas, apropiarse de todos sus bienes y
establecer un moderno sistema capitalista sobre las cenizas de los pueblos
aborígenes. Pero, no pudieron. Los pueblos indígenas sobrevivieron a la guerra
interna y a los incumplidos y paralizantes Acuerdos de Paz (1996).
Durante
la Colonia y la República, los pueblos mayas “aceptaron” la titulación
individual de las tierras, los sistemas educativos colonizantes, los
adoctrinamientos cristianos, los servicios militares obligatorios, la
infotoxicación de los medios masivos de información y la “democracia” inmoral
de los patrones. Dicha “aceptación” sólo fue una estrategia de sobrevivencia.
Una especie de autismo maya. En el fondo, estos pueblos milenarios siguieron
creyendo en el corazón del Cielo y corazón de la Tierra.
En
los últimos años, cuando se creía que en Guatemala la Vida había perdido la
batalla final ante la muerte neoliberal, las comunidades indígenas y campesinas
simultáneamente se declararon y se declaran en resistencia y le hacen frente a
la violenta invasión del capitalismo herido. En diferentes rincones del país se
organizan resistencias pacíficas y permanentes para rechazar e impedir el paso
a las maquinarias y operadores de las empresas hidromineras. En 298 municipios
del país (de los 336) indígenas y campesinos se declararon en resistencia (se
resisten a pagar el consumo de energía eléctrica por los cobros abusivos)
exigiendo la nacionalización de este servicio. Estas resistencias, por
momentos, inundan con sus movilizaciones las calles de las principales
ciudades, aunque la prensa empresarial y pro oligárquica tiende a minimizarlos.
Justo
cuando se creía que todo estaba perdido en Guatemala, indígenas y campesinos
excluidos y expoliados en sus cuerpos y bienes, encienden luces de esperanza y
dignidad en esta casi petrificada oscuridad neoliberal. La Puya es una de
ellas.
Pero,
estos actos estoicos de resistencia, provenientes desde la Guatemala profunda,
son aún ignorados por muchos académicos y organizaciones de derecha e
izquierda. Quizás porque aún no creen que de la irredenta Guatemala maya puede
salir algo bueno. Lo cierto es que en este país de la muerte y saqueo, donde
cada instante de vida es casi un acto de fe, indígenas y campesinos se
constituyen en la reserva moral y en el baluarte activo de la dignidad de todo
un pueblo que se resiste a morir.
Campesinos
e indígenas mayas saben, por experiencia propia, que los mitos de la
prosperidad, el desarrollo infinito y la inversión privada para el desarrollo
del pueblo son sólo eso. Leyendas rentabilizadas por los mismos de siempre. Por
eso, ahora, desde sus silencios activan la inédita resistencia simultánea en
diferentes puntos del país porque el pulso del corazón del Cielo y del corazón
de la Tierra desfallece. Y, una vez más, muchos profesionales, intelectuales,
analistas, académicos, universidades, ONGs, etc., se quedan en la zaga
estupefactos sin creer lo que ven. Quizás porque no creen que indígenas y
campesinos pueden ser sujetos. O quizás porque esta realidad supera los
conocimientos aprendidos en las universidades colonizantes. Lo cierto es que
esta resistencia social avanza sin libretos, ni guiones para transformarse en
una fuerza política.
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