miércoles, 31 de diciembre de 2014

ENTRE GRIETAS Y PERFORACIONES MOVIMIENTO JUVENIL Y REGIMEN LABORAL JUVENIL

Poniendo en cuestión los sentidos comunes, la ética  y las razones del modelo neoliberal hegemonicos en estos casi 25 años, el movimiento social juvenil sobrevenido a raíz de la ley "pulpin" que crea el régimen laboral juvenil ha generado "grietas" y "perforaciones" a un modelo que se suponía indestructible por el aura "natural" en la que estuvo encubierta. Esto parece advertirse desde el prisma de la intelectualidad donde también emerge "grietas" en el plano del pensamiento y por que no decir de los sentimientos y entusiasmos antisistemicos. Esto es lo que se dijo en los medios de comunicacion.

 NELSON MANRIQUE
Crónica anunciada de un 2015 movido
Martes, 30 de diciembre de 2014

¿Tendrá algún impacto en el 2015 la movilización juvenil contra la Ley Pulpín? Los politólogos tienen opiniones variadas.

Eduardo Dargent la juzga importante por el despertar de un sector social relevante y por la pluralidad de su convocatoria, pero duda de que vaya a tener un impacto significativo en las elecciones del 2016 debido a su falta de actores y organizaciones políticas capaces de aglutinar las demandas: “es posible que las divisiones imperen y el ánimo crítico se quede en la calle, sin cerrar la brecha entre descontento y representación”.

Carlos Meléndez subraya el limitado alcance de los grupos organizados, la falta de liderazgos articuladores y de estrategia: “Sin superar estas limitaciones, es probable que la protesta ‘antipulpín’ quede solo en el ámbito simbólico y en el anarquismo más chato”. Martín Tanaka –que hace una semana dedicó una columna a sopesar las virtudes y defectos de la Ley Pulpín– no menciona la movilización juvenil al esbozar el escenario político probable del 2015. En la otra esquina Sinesio López considera que los jóvenes ya han matado la ley con sus movilizaciones. Ellos –sostiene–tienen  claro su objetivo, coordinan sus estrategias y sus acciones a través de los celulares y han producido una fractura entre los poderes económico y mediático y los políticos neoliberales, que necesitan no indisponerse con el voto juvenil. Espero con entusiasmo la columna de Steve Levitsky.

El éxito de las dos primeras movilizaciones y la convocatoria a la tercera (nuevamente escribo horas antes de su realización) han sido respondidos con cortinas de humo, como el show del ministro Urresti irrumpiendo en la exposición del Movadef. Intentos de dividir el movimiento dieron lugar a la creación de la Coordinadora Juvenil por el Trabajo Digno, que agrupa a las juventudes de las centrales sindicales, las federaciones universitarias y los partidos juveniles progresistas y de izquierda. La Coordinadora ha convocado a un encuentro nacional de juventudes para el 10 de enero y una jornada de lucha para el 15. Esto no se lo esperaba Humala, pero así es el fútbol.

La lucha recién empieza y ninguna de las partes va a dar marcha atrás. Ahora se sabe que el ministro de Trabajo no intervino en la elaboración de la ley, aunque ahora cumpla el triste papel de defenderla después de haber sido olímpicamente puenteado en un tema que pertenece a su sector. Los artífices de la Ley Pulpín fueron los ministros de Economía y de la Producción, Segura y Ghezzi, obedeciendo las directivas de los gremios de los grandes empresarios. La ley es solo un paso dentro de una estrategia general que tiene como blanco a todos los trabajadores. Se suma a otras leyes vigentes, promulgadas en su  momento como provisionales, que recortan derechos laborales a los trabajadores textiles, agrarios, del hogar y empleados de la micro, pequeña y mediana empresa y que no han servido para formalizar a los afectados. Según recuerda Javier Mujica, actualmente un 70% de los trabajadores en planilla está bajo un régimen especial que restringe derechos. Enrique Fernández Maldonado muestra que no hay crisis que avale las justificaciones que esgrime el gobierno: del 2004 al 2014 el porcentaje de jóvenes que consiguió empleo subió 20 puntos.

Pero –cito a Humberto Campodónico– con cifras del INEI entre el 2003 y el 2013 la participación de los salarios en la distribución del ingreso descendió de 25 a 21% del PBI, mientras que las ganancias del capital subieron de 59 a 63%. No es que al empresariado le vaya nada mal, se trata simple y llanamente de pura angurria.
Ollanta Humala afronta hoy una situación parecida a la que enfrentó Alejandro Toledo cuando decidió persistir en su política privatizadora desoyendo la protesta popular arequipeña, lo que desembocó en el “arequipazo”, y luego Alan García, al insistir en su política anticampesina contra los pobladores amazónicos (el “perro del hortelano”), desencadenando el ‘baguazo’. Ambos fracasaron a pesar de que no estaban tan aislados como Humala hoy, cuando lo han abandonado el fujimorismo, el Apra y las demás fuerzas políticas que inicialmente apoyaron con sus votos la ley de marras.
El ministro Segura prosigue su fuga hacia adelante anunciando que tendrá el reglamento de la ley en dos semanas; claro, sin la participación de los jóvenes supuestamente beneficiados. Esta, proclama, “es una ley hecha técnicamente”.
Parafraseando la feliz frase de la campaña de Bill Clinton del 92: “¡Es la política, estúpido!”.


NICOLAS LYNCH
La Ley Pulpín perfora el modelo
Martes, 30 de diciembre de 2014
Nicolás Lynch
Ex ministro de Educación.

Quizá si el efecto más importante de la masiva resistencia juvenil a la denominada “Ley Pulpín” sea la perforación que ya ha causado en la frondosa hegemonía ideológica neoliberal. El argumento principal de esta en la última década ha sido que causa bienestar. Sin embargo, la reacción de los jóvenes y sus marchas a la Confiep nos señalan que el modelo en funciones le habrá dado bienestar a un grupo de grandes empresas pero que no ha brindado trabajo a la mayoría de los peruanos.

Ya en los últimos años no escuchamos con la misma frecuencia, como a principios del decenio anterior, que los derechos de los trabajadores son “sobrecostos laborales”. La masiva informalidad que mantiene el modelo primario exportador, entre 74 y 78% de la PEA de acuerdo con la fuente que se consulte y el mínimo del 12% de la misma PEA como trabajo creado con derechos plenos, luego de 25 años de implementación, nos hace ver que es un fracaso en lo que a creación de empleo  decente o digno se refiere.

Esta situación, sin embargo, no ha sido óbice para que los empresarios, especialmente los más grandes, sigan desplegando su influencia para que se flexibilicen las leyes laborales. Esta norma no es la primera que recorta derechos, los especialistas nos recuerdan que existen cerca de 40 regímenes especiales, 15 en el sector público y 24 en el privado. En este último, destacan las leyes con derechos recortados para las MYPES, la agricultura de exportación y la industria de exportación no tradicional; sin que en conjunto hayan causado un aumento importante del empleo en general, ya no hablemos del empleo con derechos.

El nulo efecto de estas leyes en el aumento del empleo nos hace ver que el verdadero objetivo ha sido la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, es decir, el aumento de las ganancias empresariales a costa de los trabajadores. Es falso que quitar derechos laborales aumente el empleo, tal como nos han repetido en estos días; salvo que la medida vaya acompañada de dictadura política, lo que nos coloca en una perspectiva autoritaria cuyo riesgo no debemos descartar.

La diferencia hoy día es que el modelo primario exportador está en crisis y por lo tanto empieza a observarse una disminución en la circulación de dinero, que es lo que ha dado la ilusión y las expectativas de consumo en la población. Esta crisis se da por las mismas razones por las que siempre ha entrado en crisis el modelo a lo largo de nuestra historia: las crisis en los países capitalistas avanzados, nuestros mercados tradicionales, que llevan a la baja de precios de los minerales y la retracción de la inversión. Los del MEF se podrán vestir de seda pero monas se quedan porque no tienen la llave para afrontar la crisis mundial.

Los jóvenes se niegan a servir de paliativo para las limitaciones del modelo primario exportador y por eso se rebelan. El trabajo sin derechos, en la eventualidad de que lo obtengan no les servirá para integrarse al mercado laboral ni a la sociedad en la que viven, sino tan solo para ser mercancía barata de usar y botar. La experiencia en sus pocos años ya los hace ver que se trata de una medida inútil que solo les traerá, directa o indirectamente, perjuicios en sus vidas.

Que las generaciones más jóvenes sientan en carne propia el secular desprecio por el trabajo bien pagado en el Perú es promisorio. Solo el trabajo con derechos es el cimiento para una sociedad que aspire a la integración y así sea base efectiva para la democracia. De la fragmentación social, como ya lo empezamos a ver, solo surgen la corrupción y la economía delictiva como fenómenos casi inevitables por más policías que se pongan.

Las movilizaciones podrían estar anunciando que el gobierno de los ricos con el apoyo de los pobres, que se ha impuesto en estos años, estaría llegando a su fin.


FERNANDO VILLARAN
Los jóvenes necesitan...
Miércoles, 24 de diciembre de 2014

Fernando Villarán
Ex ministro de Trabajo

Las imágenes de los jóvenes protestando contra la ley de empleo juvenil me ha llenado de entusiasmo y esperanza.

Creo que lo que la juventud peruana necesita: primero, empleos de mayor calidad, más sofisticados y mejor pagados, a través de la diversificación productiva del país. Dos, promoción y financiamiento (no reembolsable) para la creación de nuevas empresas (Start-up), sobre todo de alta tecnología, orientada a jóvenes con estudios superiores.

Tres, apoyo a las Pequeñas y Medianas empresas (PYME), que son las mayores creadoras de empleo decente en todo el mundo.

Cuatro, formalización y apoyo a las microempresas urbanas, la pequeña propiedad agropecuaria, y trabajadores independientes, con capacitación, transferencia de tecnología, información, ampliación de mercados. Cinco, la mejor calidad de la educación en todos los niveles, colegio, institutos tecnológicos y universidades. También, potenciar programas ya probados, como Jóvenes a la Obra (antes Pro-joven), dirigidos a jóvenes de bajos ingresos, baja calificación; programas que hoy están sin recursos.

La juventud no necesita más leyes inspiradas en la ideología del “libre mercado” que fomentan el capitalismo salvaje; ideología que está en retirada en muchos países por sus desastrosas consecuencias. Los del MEF y los legisladores deberían aprender de otros países que han logrado el mayor empleo juvenil (según la OIT), como por ejemplo Alemania, Noruega y Japón, porque tienen estructuras productivas diversificadas, mercados de trabajo flexibles, adecuada regulación laboral y sindicatos.


DAVID RIVERA
Sobre “cholos” y liderazgos baratos
Martes, 23 de diciembre de 2014
David Rivera
Director de la Revista Poder

Soy de los que dudan de que el proyecto de ley laboral juvenil vaya a tener el efecto que se ha planteado en términos de cantidad de trabajadores que se logrará formalizar, pero también de los que considera que la crítica que se ha lanzado contra la norma está pecando de vacíos, simplificaciones o apasionamientos que limitan un debate que nos lleve a algún punto útil.

Comencemos por lo segundo. Uno de los argumentos para criticar el proyecto de ley es que forma parte de la lógica del modelo neoliberal establecido en los 90 y del concepto del “cholo barato”. ¿Es así? No dudo de que parte de quienes la apoyan son quienes siguen creyendo que la clave del éxito está en desregular todo lo que sea posible, que el Estado debe reducirse a su mínima expresión, que el mercado debe ser el que se encargue de solucionarlo todo y que es posible alcanzar el desarrollo siendo un país primario exportador. Bajo esa concepción, acabar con la mayor cantidad de derechos laborales es un requisito indispensable para asegurar el crecimiento sostenido.

Pero también hay quienes ya apartados de la lógica del consenso de Washington y convencidos de la necesidad de que el Estado cumpla un rol activo en campos como la diversificación productiva, consideran que parte de la solución al problema de la informalidad pasa por reducir algunos beneficios laborales de manera temporal, hasta que los niveles de productividad del trabajador sustenten un mayor acceso a ingresos y derechos.

¿Por qué es importante esta distinción? Porque más allá de disquisiciones ideológicas, ayuda a aproximarse al verdadero objetivo de la norma y a entender si esta apunta a mejorar la productividad y los derechos laborales en el mediano plazo, o si su objetivo es, efectivamente, avanzar paulatinamente hacia la desaparición de todo lo que impliquen derechos que a la vez sean un obstáculo para la acumulación empresarial.

¿En qué espacio político ideológico ubicamos esta iniciativa del Ejecutivo? Si consideramos otras medidas que se han ido impulsando, la conclusión sería que la pretensión es apuntar a mejorar la productividad del trabajo. Esta idea se refuerza con el énfasis que el mismo proyecto de ley les ha puesto a los incentivos para la capacitación laboral de los jóvenes. Si además incluimos en el análisis el plan de diversificación productiva impulsado desde el ministerio de la Producción –y que ha implicado confrontar ideológicamente a ese sector de la derecha más conservadora al que hacíamos referencia al inicio–, queda aún más claro hacia dónde se está queriendo ir.

Finalmente, y no menos importante, una revisión del libro de los ahora ministros Piero Ghezzi y José Gallardo, ¿Qué hacer con el Perú?, ayuda a esclarecer cuál es el objetivo de la norma impulsada desde Produce.

Ahora bien, ¿conseguirá el proyecto de ley los objetivos que se está planteando? Una mirada a los resultados de las leyes especiales creadas para las mypes puede llevarnos a concluir que no. Si a ello le sumamos el hecho de que el problema de la informalidad en el Perú es más complejo que la mirada que lo reduce todo a los sobrecostos, podríamos llegar a lo mismo. ¿Qué hacer entonces?

En el mediano y largo plazo la salida pasa por un proceso de desarrollo productivo, por una apuesta por la innovación, la ciencia y la tecnología, y por una reforma de la educación, campos todos en los que se está avanzando en mayor o menor medida –y que debieron impulsarse en la época de las vacas gordas–. Solo cuando logremos crear un sistema que incentive la innovación y la generación permanente de valor agregado, así como una mejora constante de la productividad, podremos garantizar beneficios laborales y sociales para las mayorías, no para una minoría.

¿Qué hacer entonces en el corto plazo? La legislación laboral requiere ajustes que apunten a mejorar la productividad y a darle mayor capacidad de acción a las empresas siempre y cuando el objetivo sea avanzar hacia una mejora de los beneficios laborales en el mediano plazo y que en el corto plazo la Sunafil garantiza el cumplimiento estricto de las normas que estén vigentes. Además, se requiere una aproximación al problema que vaya más allá de lo económico empresarial. Si el origen de la cultura de la informalidad radica en un Estado que ha estado ausente tanto para hacer cumplir las normas como para hacernos sentir que formamos parte de un todo que nos beneficia, entonces se necesitan medidas que apunten también ahí.

Un conjunto de reformas de este tipo requeriría de un pacto político que les dé estabilidad en el tiempo y que las hagan previsibles tanto para empresarios como para trabajadores. Más que previsibles, hace tiempo que es urgente que las personas recuperemos la confianza en que contamos con un Estado y con gobernantes cuya preocupación es beneficiar a las mayorías y no que reacciona frente a las demandas de un sector del empresariado o cuando las calles protestan. Pero ya hemos visto la calidad de los liderazgos políticos que tenemos. Esos sí que son baratos.



EDUARDO DARGENT
Pulpines
Sabado, 27 de diciembre de 2014

Desde la transición la protesta ciudadana ha sido de baja intensidad en el país. Abundantes conflictos locales, pero desarticulados. Débil protesta en espacios urbanos. No vimos en el Perú las movilizaciones de países vecinos. Y no sorprende. La crisis de los ochenta que atomizó organizaciones sociales, la violencia que golpeó asociaciones y partidos, así como las reformas de los noventa que redujeron el poder de sindicatos, limitaron la capacidad de los actores sociales de protestar y de convertirse en trampolines de nuevas agendas.

Aunque temprano para sacar conclusiones, algo parece haber cambiado esta semana con las marchas contra la ley del empleo juvenil. No son movilizaciones masivas, pero sí bastante grandes y, más interesante, plurales en su convocatoria. Un ánimo crítico que trasciende a los políticos y llega a quienes se consideran los impulsores y beneficiarios de la norma: los empresarios. Esa marcha a la Confiep es simbólicamente poderosa.

Lo paradójico es que la gran empresa no habría pedido esta norma. Sí, los empresarios demandan una mayor flexibilización laboral, pero no solicitaron esta medida concreta. La ley se enmarca en los esfuerzos de diversificación productiva y reactivación económica. Fue hecha por técnicos que creen en una mayor intervención estatal buscando que empresas modernas se involucren en la capacitación laboral, no por los ortodoxos noventeros. ¿Por qué esta explicación no resulta creíble para quienes protestan?

Una explicación es que se trata de un grupo de jóvenes ingenuos, desinformados, manipulados, incapaces de ver que esta norma combate la informalidad y busca el bien común. La explicación del “joven manipulado” la ha repetido hasta el presidente Humala, el supuesto gran manipulador de toda protesta del 2006 al 2011. Explicación pulpín.

Otra explicación es que esos jóvenes de ingenuos no tienen nada, sino que, por el contrario, desconfían de las reformas, no ven al Estado como un árbitro creíble y están hartos de que siempre ganen los mismos. Toda su vida han escuchado que la desregulación implicará más bienestar. Y sin embargo, no observan los cambios prometidos en su seguridad y estabilidad. ¿La Ley MYPE logró acaso reducir la informalidad y mejorar la calidad del empleo? ¿Por qué confiar que un Estado débil podrá implementar la norma? ¿No es lo normal en sus vidas ver cómo se le saca la vuelta a la ley?
Esta desconfianza se puede extender a muchas otras reformas aplicadas en las últimas dos décadas que no tuvieron ni remotamente el impacto prometido por sus impulsores. Y sin embargo sus defensores (y beneficiarios) son ciegos frente a esta evidencia. Veinte años de modelo no han logrado enfrentar temas de fondo como la informalidad, el transporte, la calidad educativa y el respeto a la ley en general. No es gratuito, entonces, este ánimo ciudadano contra los ganadores de las reformas. Un ánimo igualitario, crítico, que demanda respuestas distintas.

¿Cuál será el impacto de estas protestas en el 2016? Los que están en la calle no son pocos y es claro que el menú político les resulta insuficiente, ya lograron descolocar tanto al gobierno como a la oposición. Pero otra cosa es que logren afectar sustancialmente la arena electoral. Si no hay actores y organizaciones políticas capaces de aglutinar las diversas agendas y posiciones de quienes protestan, es posible que las divisiones imperen y el ánimo crítico se quede en la calle, sin cerrar la brecha entre descontento y representación.



SINESIO LOPEZ
La obra de los jóvenes
Jueves, 25 de diciembre de 2014

La ley del empleo juvenil ya murió: los jóvenes la mataron. El creciente y masivo movimiento juvenil ha producido un realineamiento de fuerzas políticas que, en su mayoría, se inclinan por cambiar o derogar la ley aprobada casi por unanimidad en el Congreso. Esa ley tenía, además, el respaldo sólido de la Confiep y de los medios concentrados, encargados de forjar una opinión pública favorable que la legitimara. Pero no contaban con la astucia, el número, la fuerza y los celulares de los jóvenes.

¿Qué ha desatado la protesta y la ira de los jóvenes? No es la ignorancia como ingenua o maliciosamente creen Humala, la tecnocracia neoliberal y algunos comentaristas  conservadores. Tampoco es la manipulación de los políticos oportunistas como repite machaconamente la desubicada y suicida pareja presidencial. Es la discriminación de la ley de empleo juvenil la que ha lanzado a los jóvenes a las calles y a la lucha por la igualdad de derechos, de oportunidades y de condiciones sociales.

En la historia universal, la lucha por la igualdad ha desatado pasiones más intensas y encendidas que las luchas por la libertad. Por eso la búsqueda de la igualdad tiene más revoluciones en su haber que la libertad. Los privilegios son repudiables y son más irritantes si se presentan cubiertos por el engaño. Para los jóvenes los privilegiados no son los trabajadores formales como tramposamente sostienen los neoliberales de todo pelaje, sino la Confiep, los grandes empresarios y la prensa concentrada en cuyo beneficio se ha dado la ley de marras. Eso explica la protesta simbólica de los jóvenes frente al local de la Confiep.

¿Por qué los jóvenes han sido capaces de producir un nuevo realineamiento de fuerzas desfavorable a la ley? Por un lado, la masiva y desbordante movilización de los jóvenes que tienen el objetivo claro de echarse abajo la ley que los discrimina, que son capaces de coordinar sus estrategias y sus acciones, pese a que carecen de organización, gracias a los celulares que todos poseen. El creciente número de jóvenes coordinados y movilizados les da poder social con incidencia en lo político, además de votos para elegir a los políticos. Todo eso les ha permitido producir una fractura temporal entre los políticos neoliberales y los poderes económico y mediático.

Por otro lado, los políticos peruanos de hoy no tienen partidos organizados de los que nazca su poder político. Son veletas que se dejan arrastrar por los vientos o ventarrones que vienen del poder económico, del poder mediático, del poder político (del Estado), del poder social o del poder de los votos. Pero no son solo veletas, tienen también una cierta iniciativa. Los políticos neoliberales, por ejemplo, han tomado distancia coyuntural de los poderes fácticos con la intención de recibir el apoyo del poder social y del poder de los votos de los jóvenes para ganar el poder político y volver luego a las andadas.

¡Jóvenes a la Obra! proclamó  con entusiasmo el buque insignia de la concentración mediática cuando se publicó la ley y los jóvenes han respondido, recuperando el sentido contestatario de la frase lapidaria de González Prada, echándosela abajo.


CARLOS MELENDEZ
Qué podemos hacer con Ghezzi?

En el 2013, Piero Ghezzi y José Gallardo escribieron ¿Qué se puede hacer con el Perú?, un libro de propuestas de política económica para sostener el crecimiento. La publicación fue interpretada como una presentación pública de dos economistas “ministeriables”, especialmente del primero, quien buscaba reinsertarse en el medio local luego de años en el exterior. De hecho, poco tiempo después, ambos coautores se unieron a la tecnocracia de este gobierno y hoy portan fajín.

Algunas versiones indican que la denominada ‘ley Pulpín’ se originó en Produce, precisamente dirigido por Ghezzi. Otras señalan que fue en el equipo del MEF, bajo el mando de Alonso Segura, donde se preparó dicha reforma laboral. Cualquiera fuera el caso, y muy a pesar de su relevancia, el Ministerio de Trabajo fue ‘bypasseado’ porque se confió en el tino de los tecnócratas del Ejecutivo que hoy suman una derrota política más ante la opinión pública. ¿Por qué le cuesta tanto a nuestros jóvenes valores de la gestión pública concretar sus ‘policies’? ¿Es acaso un problema de comunicación, como dicen, o de una malvada oposición al gobierno? ¿Qué podemos hacer con Ghezzi, con Segura, con Gallardo y con el resto de la tecnocracia ‘Pulpín’?

Segura ha señalado que le sorprende la irresponsabilidad de los políticos por caer en la demagogia. A mí me sorprende la inocencia del ministro. ¿Acaso esperaban que la oposición política haga la chamba que tenía que hacer el Ejecutivo? Supongamos que, efectivamente, la reforma propuesta es beneficiosa (aunque no encuentro evidencia empírica que sustente que la flexibilización disminuye la informalidad), ¿basta con ‘marketear’ volantes para evitar la ‘manipulación’ a los jóvenes y superar el aislamiento político? Mañana continúo.

Saber perder

Un estadista sabe escuchar las demandas ciudadanas y, sobre todo, sabe reconocer errores. Dar “marcha atrás” en reformas (máxime si son puntuales) no significa necesariamente una derrota, sino una mejor representación política. Por eso, luego de la sostenida movilización juvenil respecto a la ‘ley Pulpín’ (tres multitudinarias marchas, una más grande que la anterior), el gobierno de Humala debería derogar esta norma.

No porque la regulación sea positiva o negativa para fomentar la formalización laboral juvenil de hecho, este objetivo debería seguir en las prioridades del Ejecutivo, sino porque la discusión rebasó hace rato la dimensión técnica y se ha convertido en todo un símbolo ciudadano de rechazo al modelo del “piloto automático”: soberbia tecnocrática, presión lobbista-empresarial, reflejos autoritarios de outsiders sin partidos. La demanda movilizada ya ganó en el terreno simbólico y, por lo tanto, se requiere una salida política, no tecnocrática.

El Ejecutivo y sus voceros se equivocan en su insistencia de atacar los argumentos de los jóvenes movilizados. El efecto es contraproducente: afianza más a la oposición y agudiza la radicalización de las posiciones. Apelan insensatamente a un desgaste de la protesta, que, por ahora, goza de buena salud (cada vez mejor articulada). Las ‘enmiendas’ en la reglamentación no tienen el poder simbólico de una derogatoria: lo único capaz de calmar la creciente “ola anti-Pulpín”.

Un buen estadista no es solo quien lleva adelante sus políticas, sino quien sabe perder. Un mejor estadista es quien convierte la ‘derrota’ en triunfo. En cambio, el estadista fallido es quien se aísla aún más en su contumacia. ¿Cómo quieren pasar a la historia, señor presidente y señores ministros?


¿La ola ‘antipulpín’?

Se ha convocado una nueva movilización contra la ‘ley Pulpín’ para mañana sábado, con el propósito de aprovechar la inercia movimientista de fin de año. Las dos marchas juveniles previas han sorprendido por su convocatoria (10 mil manifestantes en época navideña) y nuevos repertorios de protesta. Las movilizaciones son nocturnas, se expanden por la ciudad (desde el Centro hasta Miraflores) y por distintos focos de poder (desde el Congreso hasta la Confiep). El efecto simbólico –para la clase política y la opinión pública– ha sido potente, pero ¿será posible que este ‘despertar’ juvenil llegue a sostenerse más allá de ánimos coyunturales? ¿Estamos ante el inicio de una ola ‘antipulpín’?

Considero que existen al menos tres obstáculos a saltar para que este humor colectivo contencioso se convierta en algo más que en un simple reflejo social. Primero, el alcance de los grupos organizados (federaciones estudiantiles y partidos, principalmente) sobre los sectores movilizados es limitado. No hay cómo llegar al afectado directo de la norma propuesta (los jóvenes informales) para involucrarlos más activamente en la oposición social. Nuestra sociedad civil, recordemos, no es orgánica, menos aún entre la informalidad.

Segundo, no existen liderazgos articuladores. Por el contrario, sigue la riña entre izquierdistas y apristas, que divide y no suma. Sin guía cunde el desorden. De hecho, la última marcha fue fragmentaria y sin capacidad de coordinación; de otro modo, el impacto hubiera sido mayor. Así, sin organización ni liderazgo llegamos al tercer obstáculo: la falta de estrategia. Sin superar estas limitaciones, es probable que la protesta ‘antipulpín’ quede solo en el ámbito simbólico y en el anarquismo más chato.

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