jueves, 17 de abril de 2014

ESTADO, DELINCUENCIA, VIOLENCIA Y CORRUPCION

El Perù transformado por Abimael Guzman, Alberto fujimori y Alan Garcìa pero para mal, lo dijo Julio Cotler. El estado narco lo acaba de señalar Oscar Ugarteche. Las clases medias emergentes cuyos origenes teñidas de informalidad y hasta de ilegalidad, lo ha señalado Hernando de Soto. No es otra cosa que los estertores de una  sociedad y un estado neoliberal que no surgiò de un contexto previo de dictadura militar como Pinochet en Chile. Pero si de una violencia extrema y muy sangrienta extendida por la acciòn de SL en los ochenta. Por el narcotrafico y la violencia politica nos parecemos en sus origenes al neoliberalismo colombiano. A ello se le añadio geneticamente a la corrupciòn reproducido desde el estado. La idea de achicar el estado y liberalizar el mercado tiene desarrollos distintos en los ejes norte, oriente, centro y sur del pais. El norte destaca por el liberalismo de la economia del narcotrafico y la del delito comùn evolucionada al delito corporativo organizado. El combate y derrota de sendero en su proyecto violento produjo aprendizajes sobre todo a nivel de las fuerzas armadas y policiales que deben haber alimentado la evolución organizada del narcotrafico y de la delincuencia común. Principios y estrategias se parecen. A eso agregamos la corrupción y tenemos el cuadro completo. El eje se inicia con Ancash, luego prosiguió a Trujillo, reculando en Chiclayo desde el cual se expande mas al norte pasando por Piura hasta Tumbes y en otra variante Jaén, Bagua, Rioja y Tarapoto.

Sinesio  apunta en LA REPUBLICA,  a propósito de lo de Ancash.


Sinesio Lòpez Jimènez

El Zorro de Abajo

La punta del iceberg

Ancash es sólo la punta del iceberg. Debajo de sus señales se mueve un conjunto de fallas estructurales que agobia al Perú (y a algunas regiones en particular) desde hace mucho tiempo. La peculiaridad de la situación actual es que esos viejos problemas se han fusionado y han estallado en esa región (y en otras como Tumbes) apareciendo como asesinatos políticos, sicarios al servicio del mejor postor, caudillos locales que disputan un botín, corrupción, crimen organizado, sindicatos asociados al delito, incapacidad del Estado para ofrecer seguridad a los ciudadanos y poner orden, inoperancia (¿o inexistencia?) de los partidos políticos nacionales. La situación es compleja y pone en la picota no sólo a la política y al Estado sino también a otras dimensiones (económica, social, cultural) de la vida social.
Desde la perspectiva política existen, por lo menos, cuatro problemas que están en la base de lo que pasa en Áncash y en otras regiones. En primer lugar, la ancestral debilidad del Estado explica su ausencia o presencia marginal en varias regiones, su incapacidad para sostener la vigencia de la ley y de la igualdad de esta para todos, su impotencia para ofrecer seguridad y orden y sus dificultades para llevar las políticas públicas (especialmente las políticas sociales) a muchas regiones del país. El Estado es más chico que la sociedad y el territorio sobre los que supuestamente ejerce jurisdicción. Las élites militares, las élites señoriales y empresariales y los caudillos políticos han sido incapaces de construir un Estado peruano en forma. Tenemos por eso el Estado modesto y maltrecho que nuestras élites enclenques han podido construir a lo largo de la historia.
En segundo lugar, el colapso de los partidos nacionales (que se llaman así sólo porque pueden elegir candidatos para que compitan a nivel nacional) explica su ausencia en las elecciones regionales y locales, la fragmentación política nacional y regional, la volatilidad electoral y partidaria, la presencia de poderes fácticos, la competencia exacerbada (apelando al sicariato y al asesinato) entre caudillos regionales y locales por el botín del canon en las regiones que lo tienen. La debilidad de los partidos nacionales ha dado origen (y fortalecido) a los caudillos nacionales y regionales y a los poderes fácticos y estos, a su vez, agudizan la inoperancia de los partidos. Se ha producido un círculo vicioso que es necesario romper con la formación de nuevos partidos y frentes políticos.
El tercer lugar, el diseño actual de la descentralización por departamentos ha agudizado la debilidad del Estado, ha acentuado la fragmentación territorial y ha reinstaurado la vieja relación indirecta del Estado central con los ciudadanos, mediada ahora por los caudillos regionales. Lima, sin embargo, no ha perdido poder. La principal virtud de la descentralización es el desplazamiento de recursos a las regiones. Eso está bien, pero la distribución de esos recursos ha sido mal diseñada. El canon no llega a todas las regiones. Sólo seis o siete regiones lo perciben. Es necesario redistribuirlo estableciendo políticas de compensación para las regiones más pobres del país.
Finalmente, la captura de algunos aparatos de control estatal (la fiscalía, el poder Judicial y otros) por los corruptos impide la vigencia de la ley y de la justicia y genera incredibilidad en el Estado. La República ha revelado en varias ediciones que el poder Judicial de algunas regiones se ha convertido en un paraíso de las acciones de amparo de los corruptos y que algunos fiscales que cumplieron con su deber de investigar la corrupción fueron destituidos por sus jefes. La solución política de lo que pasa en Áncash y en otras regiones es compleja y requiere enfrentar varios problemas a la vez, pero por alguno de ellos hay que comenzar.

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