sábado, 12 de abril de 2014

LA SOCIOLOGIA COMO CIENCIA Y PROFESION

PROFESIÓN: CIENTÍFICO

Pierre Bourdieu.

   La sociología es una ciencia que incomoda porque, como toda ciencia ("no hay más ciencia que la de lo oculto", decía Bachelard), devela cosas ocultas, y que en este caso se trata de cosas que ciertos individuos o ciertos grupos pretenden esconder o esconderseporque ellas perturban sus convicciones o sus intereses. Es el caso, por ejemplo, en que la sociología establece que los altos funcionarios provienen en proporciones muy importantes de los medios más privilegiados y, particularmente, de la muy alta función pública: pone en duda uno de los fundamentos principales de la legitimidad del Estado, es decir, la selección democrática de su personal. De allí que algunos le negarán siempre a la sociología la cientificidad, aunque satisfaga todas las exigencias de una ciencia; los objetos con los que ella trata son frecuentemente posturas políticas que desencadenan las pasiones: es esto lo que hace que muchos lectores de trabajos sociológicos den su aprobación o su desaprobación no en función del rigor de la demostración lógica o de la verificación empírica, sino en función del grado en el que los resultados confirman o invalidan sus prejuicios.

   Mi primer trabajo se centró en la estructura del espacio de la casa kabila. Para llevar a cabo estos estudios reconstruí centenares de planos de la casa y de los actos rituales realizados en cada zona de la casa, por ejemplo cerca del fogón o en el umbral. El análisis de todo lo que se dice a propósito de cada una de las partes de la casa, de lo que hace con cada uno de los objetos o de los instrumentos que son puestos allí, etc., me permitió desgajar una estructura de oposiciones, un poco parecida a un lenguaje, que permitiera dar cuenta, como se decía en el gran siglo, de las conductas en apariencia sin ton ni son que la gente lleva a cabo. Habiendo reconstruido esta lógica, me he podido percatar de comportamientos que no había observado directamente: dónde se hacía la limpieza de los muertos, por ejemplo. Deducción que mis informadores han confirmado posteriormente.

   Como los kabileños, nosotros estamos conducidos en nuestras prácticas y nuestras opiniones por "mecanismos" profundamente escondidos, que la ciencia debe descubrir. La parte de nuestras acciones que controlamos es muy débil con relación a aquella que incumbe a "mecanismos" que, inscritos en nuestro cuerpo por el aprendizaje, no son pensados conscientemente o que funcionan fuera de nosotros, según las regularidades de las instituciones.

   Sobre la base de encuestas y análisis estadísticos, elaboré hace 20 años un modelo matemático de la frecuentación a los museos. Este modelo, que permitía predecir un aumento considerable del público de los museos y la tasa de crecimiento, ha sido hasta hoy, validado por los hechos, por la evolución del número de las entradas. Este modelo descansaba principalmente en la existencia de una muy fuerte correlación entre la frecuentación de los museos y el nivel de instrucción medido por los diplomas obtenidos o, más exactamente, por el número de años de estudios (del que se sabe que no ha dejado de aumentar). Esta relación no tiene en sí misma nada de evidente, a pesar de las apariencias: se sabe en efecto que el lugar que la enseñanza tiene en la educación artística es muy débil.

   Pero hubo gente que se ofendió al ver que el sociólogo reducía el amor al arte (éste fue el título que le di, un poco irónicamente, al libro en el cual expuse los resultados) a un efecto de la educación escolar y familiar (la primera dependiendo estrechamente de la segunda). A la gente cultivada le gusta pensar que su cultura es un don de la naturaleza; piensan el amor al arte según la lógica del amor súbito, del flechazo o del genio. Todos ellos conocen un conserje cuyo hijo se transformó en politécnico y piensan que los hijos, si no hubieran sido "estropeados" por la educación, amarían el arte de vanguardia (eso es lo que dicen con gusto los artistas de vanguardia).

   Paradójicamente, los mismos que criticaban la existencia entre los gustos artísticos y la educación o, en otro dominio, entre el éxito escolar y el nivel cultural de la familia, podrían, en otros momentos, reprocharme por enunciar evidencias, si no es que por decir banalidades.

   Una de las razones que hacen que la sociología se esfuerce más que otras ciencias en progresar y en imponer el reconocimiento de sus progresos, es porque ella debe descubrir verdades que, siempre difíciles de mantener al día, son en ocasiones profundamente rechazadas o negadas.

   Yo he hecho todo lo que he hecho en etnología y en sociología tanto en contra todo lo que me habían enseñado como con todo lo que yo había aprendido. No quisiera que se viera en esta fórmula una afirmación de la pretensión, frecuente entre los artistas y los escritores, de ser un arranque inicial, un creador increado que no se debe a nadie. Quiero decir simplemente que, sacando constantemente partido de mi formación, y en particular de mi cultura teórica, y para poder sacar de allí verdaderamente partido, he debido romper con la pretensión de la altura teórica a la que estaba asociada mi trayectoria escolar, la de filósofo normalista: aquellos que se distinguían por una carrera "brillante" no pueden, sin rebajarse, comprometerse a trabajos prácticos tan vulgarmente bajos como todos los que forman parte del oficio de sociólogo. Las ciencias sociales son difíciles por razones sociales. El sociólogo es aquel que va por la calle e interroga al primero que pasa; que lo escucha y aprende de él. Es lo que hacía Sócrates. Pero los mismos que celebran todos los días el culto a Sócrates, son los últimos en comprender y admitir esta suerte de abdicación del filósofo - rey frente a lo "vulgar" que pide la sociología.

   Por supuesto que la conversión que he debido operar para llegar a la sociología no está desligada de mi trayectoria social: yo pasé mi infancia en un pequeño pueblecito, atrasado, como se dice en las ciudades, del sudoeste de Francia. Y no habría podido satisfacer las primeras experiencias escolares más que repudiando o renegando muchas de mis primeras experiencias y primeras adquisiciones. Y no solamente un cierto acento... La etnología y la sociología me han permitido reconciliarme con mis experiencias primitivas, y asumirlas sin perder nada de lo que yo había adquirido desde entonces. Es algo muy raro entre los tránsfugas, que viven frecuentemente en el malestar o la vergüenza de su experiencia originaria.

   Cuando yo trabajaba en Argelia, con los campesinos kabileños, usaba frecuentemente, para entender, analogías con el mundo campesino que conocí en mi infancia. Para hacer patentes los términos de esta analogía, emprendí un estudio sobre el pueblo en que pasé mi infancia y mi adolescencia. Y lo que aprendí, tanto sobre mi mismo como sobre lo que estudié en el curso de esta investigación, es lo que me ha permitido trasponer lo que era entonces el modelo dominante en materia de teorías del parentesco: allí en donde se describían los matrimonios como el producto de la puesta en práctica de estructuras inconscientes (en la tradición estructuralista representada especialmente por Lévi-Strauss), yo mostré que los matrimonios en Béarn y también en Kabilia, eran el producto deestrategias complejas, y con frecuencia colectivamente elaboradas. Mostré también que no se podía dar cuenta de cada elección matrimonial sino a condición de tomar en cuenta todo un conjunto de variables, entre las primeras de las cuales estaban todas las características de la casa, entendida ésta en el sentido de conjunto de bienes, tierras, edificios, apellido familiar, honor, reputación, etc., y también en el sentido de conjunto de personas, toda la gente de la casa, que se trata de reproducir biológicamente, pero también socialmente.

   Este cambio de perspectiva teórica era, sin duda, inseparable de un cambio en la relación teórica con ese objeto particular que son los agentes sociales: cambio que no estaba en sí mismo desligado del hecho de que yo tenía un punto de vista menos distante, menos exterior y superior, sobre personas que me eran familiares.

   Descubrí, leyendo a Flaubert, que estaba sin duda muy marcado por otra experiencia social, la del internado. Flaubert dice más o menos: "Aquel que ha conocido el internado a los diez años, conoce todo sobre la sociedad". No es por azar que el hermoso libro intitulado Asilos que mi amigo Erwing Goffman, el gran sociólogo norteamericano, ha consagrado a lo que él llama "instituciones totales" (cuarteles, conventos, hospitales psiquiátricos, campos de concentración y también internados), haya sido muy revelador tanto sobre el poder de las instituciones como sobre las estrategias de los individuos emplean para sobrevivir a sus coacciones, a veces terroríficas, que aquellas imponen. Me pregunto, a veces, de dónde me viene la capacidad de comprender y anticipar las experiencia de situaciones que no he conocido: pienso por ejemplo, en el trabajo en cadena o en la vida de oficina. Yo creo que he tomado en mi infancia y a todo lo largo de una trayectoria social que, como la de todas las personas en ascensión rápida, me ha llevado a atravesar muchos medios sociales, toda una serie de fotografías mentales que mi trabajo de sociólogo me da la ocasión de desarrollar.

   Con la misma lógica que me condujo a estudiar el pueblecito de mi infancia mientras estudiaba a los aldeanos kabileños, me propuse tomar como objeto mi propio universo de universitario. Estoy convencido, en efecto, de que muy frecuentemente las proposiciones con pretensión universal que los universitarios escriben sobre el Universo no son más que la universalización de su experiencia particular de la universidad. 

   La filosofía crítica nos ha enseñado que previo a todo conocimiento riguroso está el conocimiento de los instrumentos del conocimiento. Esto no ha sido nunca tan verdadero como en la sociología: el sociólogo está siempre expuesto a aplicar el mundo social categorías de pensamiento que han sido inculcadas en su espíritu por el mundo social. Por ello le es necesario analizar sociológicamente las condiciones sociales de producción de sus instrumentos de pensamiento. Esto lo hice en una investigación en la que estudié, en 1967, al conjunto de profesores parisinos de las facultades de letras, ciencias, de derecho y de medicina. Quería comprender no solamente las leyes del funcionamiento de ese microcosmos social que es el mundo científico -que es el trabajo ordinario del sociólogo- sino también y sobre todo tratar de ver, como, a través de esas leyes, se ejercen sobre el pensamiento del sociólogo (y también de otros especialistas) toda suerte de limitaciones cognoscitivas.

   Me impresiona mucho, cuando hablo con mis amigos químicos, físicos o neurofisiólogos, las semejanzas entre su práctica y la del sociólogo que hace realmente su oficio. Una jornada de un sociólogo semeja mucho a la de un científico ordinario, con su parte de cocina experimental, de análisis estadístico, de lecturas de artículos científicos, de discusión con los colegas, etcétera.

   Muchas de las dificultades que encuentra la sociología están en el hecho de querer a todo precio que no sea una ciencia como las otras. Por supuesto no se trata de negar la especificidad de lo "humano" en que los filósofos y muchos malos sociólogos se autorizan para impugnar la posibilidad de una ciencia del hombre. Se trata solamente de encontrar los recovecos, ver los ardides que permiten dar cuenta de ella científicamente, sin reducirla.

   En efecto, se espera a la vez demasiado y demasiado poco al sociólogo. Si yo hiciese una lista de los temas con respecto a los cuales los periodistas me piden entrevistas que yo rechazo casi siempre, pero que muchos de los sociólogos entre comillas se apresuran a aceptar, estaría aterrorizado: pueden ir desde la amenaza de la guerra, hasta el largo de las faldas, pasando por la evolución del partido comunista o del sida. Se confiere al sociólogo un papel que es el del profeta, capaz de dar respuestas de apariencia coherente y sistemática a todas las preguntas de la existencia y en particular a las cuestiones de la vida y de la muerte. Es una función desmesurada e insostenible, que no es sano conceder a un hombre. Pero al mismo tiempo se le niega (al sociólogo) lo que puede realmente reivindicar: la capacidad de responder de manera precisa y verificable a un cierto número de problemas que está en capacidad de construir científicamente.

   Las particularidades de la sociología se acercan mucho a la imagen que se hacen de ella los profanos. Durkheim decía que uno de los obstáculos más grandes para la constitución de la sociología como ciencia, reside en el hecho de que cada quien, en sus materias, piensa tener la ciencia infusa. Los intelectuales y los periodistas, especialmente, que no soñarían en discutir un trabajo de física o biología, o incluso un debate con pretensión filosófica entre un físico y un matemático, no vacilan, sin embargo, en juzgar un análisis científico, igualmente exigente y riguroso, del funcionamiento de la universidad o del mundo intelectual.

   La ciencia social que, como toda ciencia, está construida contra el sentido común, contra las apariencias primeras, está por ello también permanentemente sometida al veredicto de sentido común. Es así como los investigadores menos competentes -para no hablar de los simples profanos- están seguros de encontrar cierta aprobación entre los profanos más directamente interesados cuando se proponen "refutar" en nombre del sentido común las adquisiciones científicas obtenidas al precio de una ruptura -frecuentemente difícil de poner en práctica y hacer comprender- con el sentido común (habría que poner ejemplos pero sería largo y difícil). La refutación científica de estas "refutaciones" a la usanza de los profanos no es siempre fácil paradójicamente. Schopenhauer cuenta en alguna parte que una de las estrategias retóricas que considera de las más desleales consiste en lanzar al adversario, en un debate público, una objeción a la cual este último no puede responder verdaderamente sin dar argumentos que pasarán por encima de la comprensión de la mayoría del público -el sociólogo frecuentemente está situado ante este tipo de situación. Puede refugiarse en el silencio, y dejar el estrado a los titiriteros. Pero no le es fácil resignarse a esta retirada cuando él cree, como yo, que su ciencia puede cumplir funciones liberadores, tanto como las otras ciencias, si no es que más.

FUENTE: Bourdieu Pierre. Capital cultural, escuela y espacio social. 5ta edición. Editorial Siglo XXI. México, 2003. Pág. 65 - 73.

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